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ISSN 1989-4163

NUMERO 24 - VERANO 2011

De Bodas

Holly

Una boda real

Hay hombres que son capaces de hacer todo por encontrar, contentar y amar a la mujer que desean.

Los ingleses conocen dos reales ejemplos: el de Ana Bolena y el de Wallis Simpson.

Por la primera, el rey Enrique VIII dio su cielo, casi su reino, sus alianzas con otros países, el catolicismo en Inglaterra, su hija Mary y las vidas de todo el que se opuso mínimamente. Bueno, es verdad que le cortó la cabeza a Ana, pese a ser inocente, pero fue "a la francesa", que es más delicado.

Lo que no acabó tan mal, sino que fue algo simplemente triste, extraño, algo... delirantemente extravagante, fue el romance de Wallis Simpson y David (Eduardo VIII de Inglaterra). Americana y divorciada y experta en artes amatorias cual Mata Hari, destronó a un rey por su amor y vivió cubierta de joyas: él nunca se perdonó que no hubiese sido reina..

Aline Griffith, sí -esa señora muy elegante, con el pelo lleno de laca al más puro estilo cool y con un pasado como espía americana y un nombre en clave de "Butch"-, subasta sus joyas. Aunque ésa es otra historia, entre ellas cuenta con un delirante reloj de brillantes de la señora Simpson con una fecha grabada en el dorso, que heredó de Wallis. El año grabado es el 36, aunque la boda fue más tarde. Según Aline, "mantuvieron relaciones íntimas antes de la boda, un escándalo en la época, y él lo marcó para siempre en el reloj". Aparte de eso, la señora Simpson tenía el broche Pantère de Cartier, collares de esmeraldas y pulseras de rubíes, y otro millar de joyas para acompañar a ese hombre elegante que llevaba trajes azul noche porque son los únicos que parecen negros. Aunque no crean ustedes que el hombre sólo vive de joyas, como diría la propia Wallis, "yo no era hermosa, así que me vestía mejor que todas las otras mujeres".

En Vogue cuentan una anécdota sobre ella. Para mejorar su imagen, la convirtieron en protagonista de un reportaje. En una de las escenas luce el vestido langosta del combo Schiaparelli-Dalí. Llovieron críticas. Sobre todo cuando Dalí aclaró el significado freudiano y sexual de la langosta.

De todas formas, para mí Wallis Simpson ES Wallis Simpson con este vestido de Mainbocher. Y sí, cuando Sarah Burton acabe de fulminar el estilo-archivo-esencia de McQueen, puede empezar a hacer lo mismo con la historia inglesa. Esperen, que eso ya lo ha hecho. Vive Dios. El vestido de la hermanísima Pippa Middleton se inspira claramente en la modernidad de la línea I de Wallis Simpson. Bueno, otra vez será, Sarah. Wallis, desde luego, está maravillosa.

 

 

Novia blanca y radiante

Con toda la historia de Lady Di (el traje era espantoso, pero increíble, al tiempo) y el jaleo “Boda Real de Inglaterra”, una reina burguesa, y el amor feliz o infeliz de una nueva noble, nos volvemos casi al siglo XIX -aunque con privilegios-. El "divino seto" de Shakespeare para con los reyes se va cayendo, derrumbándose hasta agonizar. No es que yo no sea muy pro Isabel II (cuando luce amarillo jilguero o, para según quien, amarillo supersticioso) y tampoco es que no sea republicana, sino que esta boda me ha dado que pensar. Las novias van horribles. Caprile lleva razón cuando dice que lo bueno del traje de Sarah Burton para Middleton es que es "soso" y clásico y discreto. Falta espectacularidad de reina.

Si no me puedo casar como Elizabeth Taylor con flores en el pelo o con un Mainbocher como los que Capote soñaba para Holly Golightly -si es que me caso, señores/as- quizás pueda no emular a Diana de Gales que, con ese traje épico, era un lirio dentro de un huerto cerrado, como la Virgen María (la figura de Diana es realmente preciosa, soy muy dianista, sí). Tampoco es para decir que no al Mainbocher azul que el modisto hizo para Wallis Simpson en su boda con el que debió ser, por primogenitura, rey de Inglaterra. 

Pero, por el momento, e imbuida un poco del espíritu “Downtown Abbey”, he pensado en acabar con ese XIX de reyes y reinas y llegar al XX. Un poquito antes de que la 2ª Guerra Mundial lo cambiase todo de nuevo, había otra edad dorada. Y como las penas con pan son menos, puedo transigir en liarme un anillo al dedo a cambio de este vestido. Ahora solo me falta el pretendiente. Y decir que sí, claro.

 

La Boda
Que sí. Ellos molaban. Con su escote, su pamela y todo el rollo de siervos del Imperio Británico y la Reina entre burbujas de champagne y vestidos auténticos de Yves Saint Laurent. Grace Kelly no era el icono de nadie y el LSD seguía siendo tan bueno como la suave maría. Todo actitud. Y ellos tan libres como para irse de fiesta a Studio 54 con un montón de gente guapa y desconocidos y nada de sectas posh con canapés y príncipes pinchando música. Como colofón, un traje blanco de Halston y un caballo. Y la coca subiéndose a la cabeza en el último baile. Y en el primero.

 

 

Yoguie

 

 

 

 

 

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